* Artículo extraido del libro "La Victoriosa Reina del Mundo".
Sor María Natalia Magdolna, de Hungría, gran mística de siglo XX, tuvo la siguiente visión acerca del destino de la humanidad inmersa en el pecado. Vi a la Santísima Trinidad hablar sobre el destino de la humanidad ahora inmersa en el pecado. Los ángeles, los santos y todo el cielo postrados al mismo tiempo, la adoraban en silencio. El Padre celestial dijo:
–El mundo inmerso en el pecado tiene que ser destruido de acuerdo con mi justicia.
Luego vi a Jesús, el Amor Misericordioso, cerca del Padre, suplicando; se postró ante el Padre, y aunque unido a Él, Él era sin embargo una persona distinta; dijo:
– ¡Padre mío, soy tu Hijo. Me ordenaste morir por este mundo!
Luego Él mostró sus heridas que ardían como fuego. La mano del Padre celestial –que ahora no parecía una mano paternal, sino una mano pesada, justa y castigadora- cargaba su peso sobre el mundo. Luego Jesús puso su mano herida debajo de la de su Padre y pidió:
–Por favor, ¡ten misericordia por algún tiempo!
Pero la mano del Padre celestial empujó hacia abajo la mano de Jesús y dijo:
–No, Hijo mío, el pecado está clamando justicia.
Esta fue una visión terrible, porque parecía que la justicia prevalecería sobre el Amor Misericordioso. Entonces Jesús miró a su Madre que estaba a su lado y exclamó:
–Madre Inmaculada, ven, ayúdame a sostener la mano de mi Padre celestial.
En el momento en que la Santísima Virgen puso su mano debajo de la de Jesús, el Padre celestial levantó la suya y dijo:
– ¡Hijo mío!, la misericordia ha prevalecido. El mundo pecador ha alcanzado misericordia debido a las súplicas de la Madre Inmaculada de Dios. Encomendaremos a Ella la tarea de salvar al mundo. Para salvar al mundo, Ella necesita poder. Por lo tanto dotamos a la Inmaculada Madre de Dios con los poderes de Reina. Su título será: “La Victoriosa Reina del Mundo”. El género humano que está condenado a morir a causa de sus pecados, recibirá gracia y salvación a través de Ella. Pondremos bajo su manto una multitud de ángeles.
Tan pronto como el Padre celestial pronunció estas palabras, los ejércitos celestiales dieron gritos de alegría, alabando a María. Cuando apareció la Virgen Madre, estaba adornada con sus tres grandes virtudes: pureza inmaculada, amor ardiente y profunda humildad. Viéndola –aunque Él mismo se las había dado- ¡hasta Dios estaba admirado!
Su Corazón estaba lleno de felicidad por aquellas palabras: “la humildad será exaltada”, que como desconocida Niña de Nazareth pronunció en el Magnificat y que se habían realizado en Ella. La Santísima Trinidad la coronó. La brillante corona tenía tres piezas, significando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Cuando el manto real fue traído, vi que su prendedor estaba reluciente. Esto también significaba su parentesco con la Santísima Trinidad, como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo.
Dios en tres personas actuó en la Madre Inmaculada, como si el Espíritu Santo la hubiera cubierto de nuevo con su sombra, para que Ella pudiera dar otra vez Jesús al mundo. El Padre celestial la llenó de gracias. De parte del Hijo, indecible felicidad y amor irradiaban hacia Ella, como si Él quisiera felicitarla, mientras decía:
– ¡Mi Inmaculada Madre, Victoriosa Reina del Mundo, muestra tu poder! Ahora serás la salvadora de la humanidad. Así como fuiste parte de mi obra salvadora como Corredentora, de acuerdo con mi voluntad, así quiero compartir contigo mi poder como Rey. Con esto te confío la obra salvadora de la humanidad pecadora; Tú puedes hacerlo con tu poder como Reina. Es necesario que Yo comparta todo contigo. Tú eres la Corredentora de la humanidad.
Entonces vi que su manto estaba impregnado con la sangre de Jesús, y esto le daba un color escarlata. Mi atención luego fue a los ángeles, quienes rodeaban a su Reina con gran reverencia. Los ángeles vestían de blanco, rojo y negro. Entendí que el blanco simbolizaba la futura pureza del mundo, el rojo el martirio de los santos y el negro el luto por el destino de las almas condenadas.
Entonces la Virgen María empezó a caminar suavemente y con majestuosidad hacia el mundo. Vi al mundo como una esfera gigante cubierta con una corona de espinas y que estaba llena de pecado, y a Satanás, en forma de serpiente enrollada alrededor y salían de él toda clase de pecados y suciedad. La Virgen Madre se levantaba erguida sobre el globo como la Victoriosa Reina del Mundo. Su primer acto como Reina fue cubrir al mundo con su manto, impregnado con la sangre de Jesús. Entonces Ella bendijo al mundo y vi que al mismo tiempo la Santísima Trinidad también bendecía al mundo.
La serpiente satánica entonces la atacó con terrible odio; de su boca salían llamas. Temí que su manto fuera alcanzado por el fuego y ardiera, pero las llamas no podían ni siquiera tocarlo. La Virgen María estaba tranquila como si no estuviera en una contienda, y serenamente pisó el cuello de la serpiente. La serpiente no cesaba de arrojar llamas, símbolo de odio y venganza, pero no podía hacer nada, mientras la corona de espinas, hecha de pecados, había desaparecido de alrededor del mundo, y desde su centro una azucena brotó y empezó a abrirse.
Vi también que la bendición de la Virgen Madre había caído en todas las naciones y personas. Su voz era indescriptiblemente apacible y majestuosa cuando dijo:
– ¡Aquí estoy! ¡Yo ayudaré! ¡Yo traeré orden y paz!
Jesús entonces me explicó:
–Mi Madre Inmaculada vencerá el pecado mediante su poder de Reina. La azucena representa la purificación del mundo, la llegada de la era del paraíso, cuando la humanidad vivirá como sin pecado. Habrá un mundo nuevo y una era nueva. Será la era en que la humanidad recobrará lo que perdió en el paraíso. Cuando mi Madre Inmaculada pise el cuello de la serpiente, las puertas del infierno se cerrarán. Los ejércitos de los ángeles tomarán parte en la lucha. Yo he sellado a los míos con mi sello para que ellos no se pierdan en esta batalla.
–El mundo inmerso en el pecado tiene que ser destruido de acuerdo con mi justicia.
Luego vi a Jesús, el Amor Misericordioso, cerca del Padre, suplicando; se postró ante el Padre, y aunque unido a Él, Él era sin embargo una persona distinta; dijo:
– ¡Padre mío, soy tu Hijo. Me ordenaste morir por este mundo!
Luego Él mostró sus heridas que ardían como fuego. La mano del Padre celestial –que ahora no parecía una mano paternal, sino una mano pesada, justa y castigadora- cargaba su peso sobre el mundo. Luego Jesús puso su mano herida debajo de la de su Padre y pidió:
–Por favor, ¡ten misericordia por algún tiempo!
Pero la mano del Padre celestial empujó hacia abajo la mano de Jesús y dijo:
–No, Hijo mío, el pecado está clamando justicia.
Esta fue una visión terrible, porque parecía que la justicia prevalecería sobre el Amor Misericordioso. Entonces Jesús miró a su Madre que estaba a su lado y exclamó:
–Madre Inmaculada, ven, ayúdame a sostener la mano de mi Padre celestial.
En el momento en que la Santísima Virgen puso su mano debajo de la de Jesús, el Padre celestial levantó la suya y dijo:
– ¡Hijo mío!, la misericordia ha prevalecido. El mundo pecador ha alcanzado misericordia debido a las súplicas de la Madre Inmaculada de Dios. Encomendaremos a Ella la tarea de salvar al mundo. Para salvar al mundo, Ella necesita poder. Por lo tanto dotamos a la Inmaculada Madre de Dios con los poderes de Reina. Su título será: “La Victoriosa Reina del Mundo”. El género humano que está condenado a morir a causa de sus pecados, recibirá gracia y salvación a través de Ella. Pondremos bajo su manto una multitud de ángeles.
Tan pronto como el Padre celestial pronunció estas palabras, los ejércitos celestiales dieron gritos de alegría, alabando a María. Cuando apareció la Virgen Madre, estaba adornada con sus tres grandes virtudes: pureza inmaculada, amor ardiente y profunda humildad. Viéndola –aunque Él mismo se las había dado- ¡hasta Dios estaba admirado!
Su Corazón estaba lleno de felicidad por aquellas palabras: “la humildad será exaltada”, que como desconocida Niña de Nazareth pronunció en el Magnificat y que se habían realizado en Ella. La Santísima Trinidad la coronó. La brillante corona tenía tres piezas, significando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Cuando el manto real fue traído, vi que su prendedor estaba reluciente. Esto también significaba su parentesco con la Santísima Trinidad, como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo.
Dios en tres personas actuó en la Madre Inmaculada, como si el Espíritu Santo la hubiera cubierto de nuevo con su sombra, para que Ella pudiera dar otra vez Jesús al mundo. El Padre celestial la llenó de gracias. De parte del Hijo, indecible felicidad y amor irradiaban hacia Ella, como si Él quisiera felicitarla, mientras decía:
– ¡Mi Inmaculada Madre, Victoriosa Reina del Mundo, muestra tu poder! Ahora serás la salvadora de la humanidad. Así como fuiste parte de mi obra salvadora como Corredentora, de acuerdo con mi voluntad, así quiero compartir contigo mi poder como Rey. Con esto te confío la obra salvadora de la humanidad pecadora; Tú puedes hacerlo con tu poder como Reina. Es necesario que Yo comparta todo contigo. Tú eres la Corredentora de la humanidad.
Entonces vi que su manto estaba impregnado con la sangre de Jesús, y esto le daba un color escarlata. Mi atención luego fue a los ángeles, quienes rodeaban a su Reina con gran reverencia. Los ángeles vestían de blanco, rojo y negro. Entendí que el blanco simbolizaba la futura pureza del mundo, el rojo el martirio de los santos y el negro el luto por el destino de las almas condenadas.
Entonces la Virgen María empezó a caminar suavemente y con majestuosidad hacia el mundo. Vi al mundo como una esfera gigante cubierta con una corona de espinas y que estaba llena de pecado, y a Satanás, en forma de serpiente enrollada alrededor y salían de él toda clase de pecados y suciedad. La Virgen Madre se levantaba erguida sobre el globo como la Victoriosa Reina del Mundo. Su primer acto como Reina fue cubrir al mundo con su manto, impregnado con la sangre de Jesús. Entonces Ella bendijo al mundo y vi que al mismo tiempo la Santísima Trinidad también bendecía al mundo.
La serpiente satánica entonces la atacó con terrible odio; de su boca salían llamas. Temí que su manto fuera alcanzado por el fuego y ardiera, pero las llamas no podían ni siquiera tocarlo. La Virgen María estaba tranquila como si no estuviera en una contienda, y serenamente pisó el cuello de la serpiente. La serpiente no cesaba de arrojar llamas, símbolo de odio y venganza, pero no podía hacer nada, mientras la corona de espinas, hecha de pecados, había desaparecido de alrededor del mundo, y desde su centro una azucena brotó y empezó a abrirse.
Vi también que la bendición de la Virgen Madre había caído en todas las naciones y personas. Su voz era indescriptiblemente apacible y majestuosa cuando dijo:
– ¡Aquí estoy! ¡Yo ayudaré! ¡Yo traeré orden y paz!
Jesús entonces me explicó:
–Mi Madre Inmaculada vencerá el pecado mediante su poder de Reina. La azucena representa la purificación del mundo, la llegada de la era del paraíso, cuando la humanidad vivirá como sin pecado. Habrá un mundo nuevo y una era nueva. Será la era en que la humanidad recobrará lo que perdió en el paraíso. Cuando mi Madre Inmaculada pise el cuello de la serpiente, las puertas del infierno se cerrarán. Los ejércitos de los ángeles tomarán parte en la lucha. Yo he sellado a los míos con mi sello para que ellos no se pierdan en esta batalla.