jueves, marzo 01, 2012

Sacerdote experimenta la vida después de la muerte




Experiencia del padre José Maniyangat

Nací el 16 de julio de 1949 en el estado de Kerala,India.
Mis padres eran José y Teresa Maniyangat. Soy el mayor de siete hermanos.

A los catorce años, entré en el seminario menor de Santa María, en la ciudad de Thiruvalla, para iniciar mis estudios de sacerdote. Cuatro años más tarde, fui al seminario mayor pontifical de San José, en Alwaye, Kerala, para proseguir mi formación sacerdotal. Después de terminar los siete años de filosofía y teología, fui ordenado sacerdote el 1 de enero de 1975 para servir como misionero en la diócesis de Thiruvalla.

El día de la Divina Misericordia, domingo 14 de abril de 1985, me dirigí¬a al norte de Kerala, a una Iglesia de la misión, para celebrar Misa, y tuve un accidente fatal. Yo iba en motocicleta, y fui embestido, de frente por un jeep de un hombre intoxicado (borracho), que volvía de un festival hindú. Me llevaron a un hospital que quedaba a 35 millas. En el camino, mi alma salió de mi cuerpo, y experimente la muerte. Inmediatamente me encontré con mi Ángel de la guarda. Veía mi cuerpo, y la gente que me llevaba al hospital. Los oía llorar, y rezar por mí. En ese momento el Ángel me dijo: “ahora voy a llevarte al cielo, el Señor quiere verte y hablar contigo”. También me dijo que en el camino, me mostraría el infierno y el purgatorio.

Primero, el Ángel me llevó al infierno. Espantosa visón. Vi a satanás, los demonios, un fuego terrible de cerca de 2.000 grados Fahrenheit, gusanos que se arrastraban, gente que gritaba y peleaba, otros eran torturados por demonios. El Ángel me dijo que todos estos sufrimientos se debían a pecados mortales sin arrepentimiento. Entonces comprendí que había siete grados de sufrimiento, según el número y la clase de pecados mortales cometidos en la vida terrenal. Las almas se veían feísimas, crueles y horribles. Fue una experiencia espantosa. Vi a gente que conocía, pero no puedo revelar la identidad. Los pecados por los que fueron condenados principalmente fueron por el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el odio, el rencor y el sacrilegio. El Ángel me dijo que si se hubieran arrepentido habrían evitado el infierno y hubieran ido al purgatorio. También entendí que algunas personas que se arrepienten de estos pecados pueden ser purificados en la tierra a través del sufrimiento. De esa manera pueden evitar el purgatorio, e ir derecho al cielo.

Me sorprendió ver en el infierno hasta a sacerdotes y obispos; algunos a quienes nunca esperaba ver. Muchos de ellos estaban allí por haber guiado con enseñanzas erróneas y mal ejemplo a otros.

Después de la visita al infierno, mi Ángel de la guarda me escoltó al Purgatorio. Allí también había siete grados de sufrimiento y el fuego que no se extingue, pero es mucho menos intenso que en el infierno, y no hay peleas ni luchas. El principal sufrimiento de estas almas es su separación de Dios. Algunos de los que están en el Purgatorio cometieron pecados mortales, pero antes de morir se reconciliaron con Dios. Aun cuando estas almas sufren, gozan de paz y saben que un día podrán ver cara a cara a Dios.

Tuve oportunidad de comunicarme con las almas del purgatorio. Me pidieron que rezara por ellas y que también dijera a la gente que rezara para que ellas pudieran ir pronto al cielo. Cuando rezamos por estas almas recibimos su agradecimiento por medio de sus oraciones, y una vez que las almas entran al cielo sus oraciones llegan a ser todavía más meritorias.

Es difícil para mí poder describir la belleza de mi Ángel de la guarda. Resplandece y reluce. Es mi constante compañero y me ayuda en todos mis ministerios, especialmente el ministerio de sanación. Experimento su presencia en todas partes a donde voy y agradezco su protección en mi vida diaria.

Después, mi Ángel me escoltó al cielo, pasando a través de un gran túnel, deslumbrante-mente blanco. Nunca en mi vida experimenté tanta paz y alegría. Inmediatamente el cielo se abrió y percibí la música más deliciosa que nunca antes hubiera oído. Los Ángeles cantaban y alababan a Dios. Vi a todos los santos, especialmente a la Santa Madre, a san José, y a muchos piadosos santos obispos y sacerdotes que brillaban como estrellas.

Y cuando aparecí ante el Señor Jesús, me dijo: 'Quiero que vuelvas al mundo. En tu segunda vida serás un instrumento de paz y sanación para mi gente. Caminarás en tierra extranjera y hablarás una lengua extranjera. Con Mi gracia, todo es posible para ti'. Después de estas palabras, la Santa Madre me dijo: ’Haz lo que tu Ángel te diga. Te ayudará en tu ministerio’.

No hay palabras para poder expresar la belleza del cielo. Encontramos tanta paz y felicidad, que excede millones de veces nuestra imaginación. Nuestro Señor es mucho más indescriptible de lo que cualquier imagen puede transmitir. Su cara es radiante y luminosa, más espléndida que el amanecer de mil soles. Las imágenes que vemos en el mundo son solo una sombra de su magnificencia. La Santa Madre estaba al lado de Jesús; es tan linda y radiante. Ninguna de las imágenes que vemos en este mundo pueden llegar a compararse con su real belleza. El cielo es nuestro verdadero hogar; todos hemos sido creados para alcanzar el cielo y gozar de Dios para siempre. Entonces volví con mi Ángel al mundo.

Mientras mi cuerpo estaba en el hospital, el medico terminó todos los exámenes necesarios y dictaminó mi muerte. La causa de la muerte fue hemorragia. Notificaron a mi familia, y como estaban muy lejos el personal del hospital decidió llevar mi cuerpo muerto a la morgue. Como el hospital no tenía aire acondicionado sabían que el cuerpo se iba a descomponer rápidamente. Mientras llevaban mi cuerpo muerto al depósito de cadáveres, mi alma volvió al cuerpo. Sentí¬ un dolor atroz, tenía muchas heridas y huesos rotos. Empecé a gritar y la gente se asustó y salió corriendo y gritando. Una de las personas se acercó al medico, y le dijo: ‘¡el cuerpo muerto está gritando!'. El médico vino a examinar mi cuerpo y comprobó que estaba vivo. Así que dijo: ‘¡el padre está vivo, es un milagro! Llévenlo de nuevo al hospital'.

De vuelta en el hospital me hicieron una transfusión de sangre y me llevaron a cirugí¬a para reparar los huesos quebrados. Trabajaron en mi mandíbula, costillas, pelvis, muñecas y pierna derecha. Después de dos meses me dejaron salir del hospital, pero el médico traumatólogo dijo que nunca más podría caminar. Entonces le conteste: ‘El Señor que me devolvió la vida y me envió de nuevo al mundo, me curará'.

Una vez en casa, todos rezamos por el milagro. Sin embargo, después de un mes, cuando me sacaron el yeso, todavía no podía moverme. Pero un día, mientras rezaba, sentí un dolor espantoso en la pelvis. Después de un ratito, desapareció todo dolor y oí una voz: 'Estás curado. Levántate y camina’. Sentí paz y el poder sanador en mi cuerpo. Inmediatamente me levanté y caminé. Alabé, y le di gracias a Dios por el milagro.

Le di la noticia de mi curación al doctor y quedó asombrado. Me dijo: 'Tu Dios es el Dios ver-dadero. Debo seguir a tu Dios’. El médico era hindú y me pidió que le enseñara sobre nuestra religión. Después de estudiar la fe, lo bauticé y se hizo Católico.

El 10 de noviembre de 1986, siguiendo el mensaje de mi Ángel de la guarda, llegue a los Estados Unidos como sacerdote misionero. Primero, de 1987 a 1989, trabajé en la diócesis de Boise, Idaho, y después, de 1989 a 1992, me desempeñé como director del Ministerio de los Presos, en la diócesis de Orlando, Florida.

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